viernes, 19 de septiembre de 2014

Scene 20: Amigo

 Indiferencia.

 Indiferencia era todo cuanto sentía. Nunca pensé que aquello podría pasarme a mí y aún así no sentía pena o tristeza en absoluto, y era extraño, porque sentía que perdía algo que debía estar escrito en la vida de toda mujer. Debería haber sentido que me perdía en en algún lugar de mi mente en el cual nunca había estado; que se abrían puertas donde otras se cerraban. Debería haber sentido que era libre para hacer cuanto quisiera y no cuanto yo misma pudiera esperar de mí. Debería haber sentido que quizá estaba perdiendo más de lo que ganaba.

 Y no pude sentir nada.

 No recuerdo en qué momento dejé de escuchar lo que me decía el doctor, no mucho mayor que yo, con aquella bata sin planchar que permanecía tan quieta como él. Creyó que me daba una mala noticia, y durante un momento, yo también. Se suponía que debía sentirme mal de alguna manera, pero me sentía plana como una mesa, blanca como un papel. Puede que incluso vacía, pero eso no era nada nuevo.
 Decidí cortarle mientras parloteaba y ahorrarle el mal rato. Salí de allí despacio, sin prisa, e intentando reflexionar, pero lo cierto es que no encontraba en qué. Miraba las paredes blancas, vacías; las caras de las mujeres que esperaban, solas, acompañadas. Algunas con bebés, bebés que yo nunca tendría.
 Con cada paso que daba más pensaba en la horrible persona que era por ni si quiera importarme el hecho de que nunca llevaría a nadie dentro de mí, nunca sentiría sus patadas ni le enseñaría a caminar.
 Seguía avanzando, poniendo un pie delante del otro con un movimiento tan mecanizado que casi me pregunté si no sería yo un robot, sin sentimientos. Una vez llegué al coche, me senté y dejé el bolso en el asiento del coopiloto, me retoqué los labios y arranqué. Empecé a conducir un poco ida, sin pensar demasiado dónde iba.

 Y llegué a su casa.

 No tenía pensado ir, no teníamos nada que ver, y desde aquella noche no volvimos a saber nada del otro. Ni tan si quiera nos buscamos. Pero allí estaba yo, por ninguna razón en concreto.
 No necesitaba consuelo, no estaba triste, y aunque lo hubiese necesitado, nunca fui ese tipo de persona. Apoyé la cabeza en el respaldo, cerré los ojos y respiré hondo. Iría a pedir habitación en otro hotel... Y... sin previo aviso, alguien tocó a mi ventanilla.
 Me sobresalté, pero rápidamente ví que era él. Estaba haciendo el ridículo yendo allí, pero tras pensarlo un instante, decidí abrir la puerta.

 - ¿Qué te trae por aquí? ¿Acaso te quedaste con ganas de más?

 Le miré un poco sorprendida, pero sabiendo que mi cara le borraría esa estupidez de la boca. Rápidamente su expresión juguetona se tornó seria.

 - ¿Estás bien?- Preocupado era jodidamente adorable. Tenía una estúpida cara de niño que por alguna razón me gustaba peligrosamente.

 - Sí. Es sólo que se me ha complicado el viaje de vuelta. Eso es todo.-

 - Y no tienes dónde ir, supongo.- No era una afirmación, era una propuesta.

Volvió a su media sonrisa, pero sus ojos aún denotaban preocupación. Era obvio que mi respuesta no había satisfecho su curiosidad, pero leyó algo en mi rostro que delató mi disposición a quedarme con él. En su piso.
 Cogí el bolso y abrió el portal. Subimos en el ascensor en silencio. No dejaba de clavarme la mirada y yo ya no encontraba lugar de interés donde esconder la mía. Una vez dentro y con los abrigos quitados, yo me dejé caer en el sofá y él se dirigió a la cocina.

 - ¿Tienes hambre? Creo que tengo algo de pollo, puede que ensalada...-

 - Creía que estaba embarazada.-



 Se hizo el silencio.



 Salió de la cocina y me miró fijamente, sin muestra de calidez alguna.

 - ¿Y...?-

 - No tienes por qué preocuparte. Falsa alarma.-

 Su rostro y su mirada no cambiaron ni un ápice.

 - ¿Qué ocurre entonces? ¿Dónde está el problema? ¿Dónde está el fuego?-

 - ¿Fuego? En ningún momento he hablado de ningún fuego ni de ningún problema. Todo está bien.-

 Dio dos pasos hacia mí. Sólo dos pasos. Empecé a sentir el peso del techo sobre mí. Asfixiándome.

 - Ocurre algo. Si no, no estarías aquí. Estarías en tu puta ciudad discutiendo con el cabrón millonario de tu padre. ¡Escupe, vamos!-

 No sé por qué razón me costó tanto decírselo, pero casi tuve que buscar las palabras, aunque las tenía todas delante de mí.

 - No estoy embarazada porque no puedo estar embarazada y porque nunca voy a poder estarlo.- Fue casi como vomitar.

 Y él no hizo nada. No cambió nada.

 - Entonces, ¿una cerveza?-

 Sorprendida, la acepté gustosa. Y me supo maravillosamente bien, sobre todo contando con que la odiaba. Desgraciadamente no le quedaba vodka, ese vodka ruso auténtico suyo que te quemaba por dentro más que la ira.
Acabamos charlando y riendo sobre todas las cosas de las que uno podía reírse. Acabamos odiando a los críos y brindando por una vida libre de condones. Brindamos también por nuestros padres, que ojalá hubiesen sido tan estériles como yo.

 Y brindamos y brindamos. Y nos besamos. Y como pudimos, llegamos al sofá. Y más tarde a la cama, para luego volver al sofá. Y no importó nada porque no había nada que pudiera que importar. Y no podía evitar preguntarme...

 ¿Vamos a acabar siempre así?

domingo, 6 de octubre de 2013

Verdugo

 Cuando desperté y abrí los ojos me encontré que no estaba solo. La chica de anoche aún estaba durmiendo a mi lado. Me invadió una sensación que no había experimentado nunca. Era la primera vez en mi vida que me despertaba junto a alguien. Había estado con un gran número de chicas, pero ninguna se quedaba a pasar la noche.
 Le aparté un mechón castaño de la cara. Ni siquiera sabía su nombre y, si me lo había dicho, no lo recordaba. Me resultaba totalmente inusual, ¿qué demonios debía que hacer? Resolví levantarme y pasar por el baño para vaciar la vejiga y, mientras me lavaba las manos, me miré al espejo. No me reconocí cuando vi un ligero atisbo de sonrisa en mi expresión habitualmente sombría.

 Volví a la habitación, me senté en la cama y la miré. Tenía una expresión de paz tan absoluta que me hizo sentir un intruso en mi propia cama. Me levanté, cogí un cigarrillo del paquete de la mesilla y el encendedor y puse rumbo al balcón. Me senté en una de las sillas polvorientas y me encendí el cigarrillo. El humo del pitillo contrarrestaba el olor optimista de la mañana. Empezaba el ajetreo y los claxons, los timbres de bici y los llantos de niños llenaban el aire. Escuché unos pies descalzos tras de mí.

 Dí una larga calada y me giré. Ella estaba apoyada en el marco de la ventana con la larga melena revuelta y mi camiseta puesta, dejando al descubierto su hombro y sus largas piernas.

 - ¿Te he despertado?-
 - Al abrir la ventana.- Bostezó y se quitó un mechón de pelo de la cara que, instantáneamente, volvió a posarse sobre sus ojos claros, intensos. Ojos que no dejaban de mirarme interrogantes y curiosos.
 - ¿No tienes frío?- Le pregunte como vano intento de entablar conversación.
 - Estoy bien.

 Se acercó un par de pasos, tomó el cigarrillo de mis labios y le dió una calada al tiempo que se sentaba en la polvorienta silla de al lado. Ambos nos quedamos en silencio mirando el cielo gris de la mañana.
 En ocasiones la miraba con curiosidad, tan relajada, respirando y fumando como si el pitillo fuese parte de ella y mirando el amanecer como quien mira algo que siente haber perdido.

 - ¿Por qué una raspa de pescado?- Me dijo lanzando el cigarrillo sobre la barandilla.
 - De niño casi me ahogo con una.
 - ¿Eras retrasado o algo así?- Se rió con una risa tan musical que me dejó bloqueado un momento.
 - Estábamos en una comida familiar. Yo odiaba el pescado y mi padre me obligó a comerlo. No lo pensé demasiado y me lo metí entero en la boca. Acabé morado y en el hospital.
 - Y decidiste tatuarte a tu verdugo.
 - Así no olvidaré nunca que la raspa no se traga.

 Se arrebujó en mi camiseta y me miró sonriendo. Después siguió mirando el cielo, ésta vez cerró los ojos, como si las nubes fuesen a abrazarla de un momento a otro.
 Me sentí extrañamente cómodo. Era extraño porque jamás me sentía cómodo con cualquier otra persona.

 Me levanté, alzó los ojos, la cogí de los brazos obligándola a ponerse en pie y la besé. La besé como nunca había besado y como creí que nunca besaría a nadie.

domingo, 15 de septiembre de 2013

Smile, you are alive!

 Para empezar, ¡gracias por las 1000 visitas! A pesar de que tengo el blog bastante abandonadillo, vosotros seguíis ahí.

 Y lo segundo, ¡Daria está completa! después de un añito y ocho meses de tener su cabeza, que me costó sudor y lágrimas, (Es un molde limitado de Fairyland, una Juri de 2011) pero por fin hace poquito llegó su cuerpo y hace unos días su peluquilla, así que dejo las fotos que más me gustaron de ella, que me tiene enchochada.




  Tengo que dejar claro que sólo hablo como una petarda cuando se trata de mis pequeñicos, (¡¿LO VÉIS?!)


 ¡Gracias de nuevo por las 1000 visitas, espero poder recompensaros con 1000 sonrisas de Daria!

martes, 10 de septiembre de 2013

100BJD: Pesadilla

Más que una foto en sí sola, es una preview de una fotohistoria bastante breve que ya subiré y así de paso, empiezo con el 100BJD, que ya es hora.