martes, 8 de noviembre de 2011

Por favor, no te vayas.

 Crucé corriendo el pasillo hasta llegar a la habitación. Abrí la puerta con toda la fuerza que pude, pero ésta se me aflojó cuando ví lo que tenía delante. La luz de la luna llena entraba por la ventana, iluminando el horror de la escena. Aquel mutante o ''yoquesequé'' le había atravesado el pecho con sus afiladas garras. Sobresaltado, me miró, lo lanzó contra la pared y se fue haciendo un agujero en el tabique que daba al otro pasillo.
 Corrí hacia Alfred, sentado en el suelo, apoyado contra la pared e inclinado hacia delante. Había sangre por todas partes. Él no dejaba de toser. Más sangre.
 Lo recosté sobre mis rodillas, sosteniéndole la cabeza con el brazo derecho; el izquierdo sobre la herida del pecho. 

 - Lo siento. -Tosió.-  No he sido un buen hermano desde que papá y mamá sufrieron el accidente. -

 - Shhhh... Calla. -Los ojos se me empezaron a llenar de lágrimas.- Has sido el mejor hermano que has sabido ser.-

 - No... -Empezaba a respirar con dificultad y pesadez.- Casi olvidé que tenía personas que me apreciaban... Tan obsesionado como estaba con mis... -Tosió violentamente. Sangre.- Bueno, ya has visto en qué estaba metido...-

 - Eso ya no importa. -Se me quebró la voz.- Si terminaste haciendo todo esto fue por protegerme... -

 - Por miedo... -Me interrumpió.- Insensatez. Llámalo como quieras. -Tosía y tosía. Más sangre.- Como hermano mayor sentí que debía protegerte... Pero no me fijé en que era innecesario... En que alguien ya te protegía por mí...-

 - Por favor... Por favor... No te vayas... -No pude contenerme más y rompí a llorar; apoyé la mejilla en su frente y lo mecí lentamente. Muy lentamente.- Se acerca tu cumpleaños; Erico te ha preparado un regalo muy especial: Unos gemelos de plata de papá; el tío Elroy ha hecho un vídeo para que lo veamos juntos. Llevaba varios días recorriendo la casa buscando álbumes y dejándola patas arriba con fotos por medio. -Tosió y luego suspiró. Suspiré.- Encontré una de cuando fuimos al Zoo con papá y mamá. Recuerdo que, cuando ví a los monos, no podía parar de llorar porque no les daban chocolatinas para comer... Y para consolarme, tú les diste una y se pusieron como locos. Recuerdo la bronca que te echaron, tanto los guardias del Zoo como papá y mamá. Pero, mientras te regañaban, me miraste, me sonreíste... Y dejé de llorar. -

 Sonreí. 

 - Eras una niña muy rara... -Se rió, pero acabó tosiendo.- ¿Te acuerdas cuando... te pusiste a berrear como una loca cuando escuchaste por primera vez el final... de Caperucita Roja? Te dio tanta pena el lobo que mamá tuvo que cambiar el final del cuento, y todas las noches nos contaba como el lobo acababa de chacha de la abuelita, que ya estaba muy mayor... Y tenía demasiada reuma como para seguir con las tareas de la casa...-

 - Fueron buenos tiempos...- 

 - La mejor época de mi vida.-

 - Te vas a poner bien. -Rompí a llorar. No sabíamos si era una despedida, y si sería para siempre.-  No dejes de visitarnos, ¿eh?.-

 Lloré. Con sus últimas fuerzas puso su mano sobre la mía. 

 - No me imagino la vida sin tí...

 - Pues vas a tener que hacerlo. -Cerró su mano sobre la mía.- Rose... Escúchame, Rose... -Levanté la cabeza, poniendo mi rostro frente al suyo.- Tienes que destruir todo lo que yo he creado. Hazlo... Por mí... Y por ellos... -Asentí seguidamente con la cabeza.- No cuentes nada de esto a Erico ni al tío... -Negué con la cabeza.- Confío en ti. -Abrió los ojos todo lo que sus párpados le permitían y me miró muy fijamente mientras una lágrima descendía por su mejilla.- No lo olvides.

 Y no dijo más. 

 Lloré. Lloré como nunca había llorado, ni siquiera en la muerte de padre y madre. Lloré y lloré durante un tiempo que me pareció una eternidad. Y al fin, cuando, en teoría, me calmé, lo tumbé en el suelo.
 Le dí un largo beso en la mejilla y me puse en pie. Tenía algo que hacer. Más decidida que nunca, fui en busca de Alex. 
 Salí por el agujero que había dejado en la pared aquella cosa, y fui en su busca. 

 Corrí. Corrí, corrí y corrí. No había luz en todo el hotel, así que estaba casi totalmente oscuro. Tropecé como unas doce veces, y cuando finalmente me caí, cuál sería mi sorpresa al levantar la cabeza y encontrarme con ''eso'' que había matado a mi hermano. 

 ''Eso'' que ahora me miraba con un resplandor extraño en la mirada. Cerré los ojos con fuerza y me cubrí la cara con las manos, pero no sucedió nada. No se movió un milímetro. 
 Le miré con miedo, pero a la vez con curiosidad. Él se limitó a seguir mirándome, inmóvil. 

 Para mí, lo mismo podían aparecer por allí un Orco de Mordor o un elefante rosa, que yo ya no me sorprendería. A mi parecer, había perdido totalmente la cabeza.



 Continúa en No te creas que no me he dado cuenta.

jueves, 3 de noviembre de 2011

Lejos.

 Detesto el silencio, ese que hace que te piten los oídos y oigas cosas que no están ahí; donde los crujidos de los muebles parecen decir cosas que quizá es preferible no escuchar.

 Aquella mañana, casi totalmente blanca, no pensaba lo mismo; blanca, por las paredes y las sábanas blancas, blanca por las blancas cortinas y el blanco de su piel desnuda y sin mácula. Tan sólo el azul intenso de su pelo y el olor a sexo flotando en el ambiente rompían ese aura de pureza.
 Se empezaban a oír los primeros coches ir de aquí para allá a toda prisa; los primeros pajarillos le cantaban al sol y las risas de los críos que iban a la escuela alegraban la calle, después de una noche de tormenta. 

 Cerré los ojos al fin, y extendí mi mano hasta agarrar un suave mechón de su larga melena. Y deseé el silencio.  Deseé con todas mis fuerzas, por muy maravillosa que pintase la mañana en ese momento, que en el mundo sólo existiésemos ella y yo. El lento sube y baja de su pecho coordinado con el sonido de su respiración; su cuello marcado por mis labios, símbolo de la pasión desatada tras nuestro reencuentro. 

 Suspiré, tanto de satisfacción por hallarme a su lado como de frustración por pensar en todo el tiempo que habíamos perdido.

 De pronto y sin esperarlo, sentí un dedo frío subir lentamente desde mi hombro hasta el mentón. Allí se detuvo y abrí los ojos.

 - ¿En qué piensas? - Allí estaba ella, observándome con curiosidad, apoyada en los codos y recorriendo mi cara con sus ojos grises. - ¿eh? -.

 Me lancé sobre ella, colocándome encima y mirándola fijamente a los ojos. 

 - En lo maravillosamente bien que me he despertado, ¿no te has fijado en lo rematadamente guapo que soy y en la mujer tan bonita que yace junto a mí? -. Le solté, dibujando una sonrisa torcida en mis labios que yo sabía que ella adoraba. 

 Puso los ojos en blanco, pero finalmente rió, sonrosándose muy ligeramente. La besé en la punta de la nariz y me senté en la cama, recordando una de las muchas cosas que tenía que decirle. La más grave de todas.

 - Calla... - Suspiré. No existían palabras para dar una noticia así sin causar dolor, así que fui directamente al grano. - Vladimir ha muerto. 

 Se sentó en la cama mirándome fijamente, esperando que le dijese que era una broma. Pasados unos segundos reaccionó, asimilando lo que acababa de decirle.
 Dio un salto y, revolviendo las sábanas, se levantó de la cama y se puso en pie. En un principio fue en busca del teléfono, pero inmediatamente después de descolgarlo, lo colgó de nuevo y fue en dirección al armario. Abrió la puerta de un fuerte tirón y empezó a rebuscar frenéticamente dentro de él. Finalmente, sacó una maleta.
 - ¿Cómo te has enterado? - Me preguntó mientras buscaba nerviosa los cajones del armario.

 -Me... Me llamó tu madre. Le conté que iba a venir a verte. Me pidió que no te dijera nada. - Comenzaron a sudarme las manos. Es posible que debiera haberme callado. - ¿Qué estás haciendo? - Empezó a meter ropa al azar en la mochila. 

 - La maleta. Nos vamos a casa. Tengo muchas cosas que arreglar. -

 Dio media vuelta sobre sí misma, me miró conteniendo las lágrimas en los ojos, y finalmente se desplomó y cayó de rodillas, sollozando. Me levanté de un salto y fui corriendo a consolarla.

 Acabamos hechos un ovillo, el uno en brazos del otro. Desnudos sobre el frío suelo.

 Y volvió el silencio. Un silencio que hacía que me pitasen los oídos y me exasperaba. Un silencio que significaba el fin del comienzo de la maravillosa vida que podíamos haber tenido. Juntos. Lejos de todo; de los recuerdos y del dolor.

domingo, 23 de octubre de 2011

Frío.

 Mamá siempre dijo que los primeros copos de nieve son lágrimas del sol, que en invierno se pone muy triste porque ya no nos llega su calor.

 Esos días en que caían las primeras nieves, yo me sentaba en la acera de casa con la dificultad de volver a acostumbrarme a llevar capas y capas de ropa. La bufanda gastada, ya casi sin color de tantos inviernos como había visto, apestaba a bolitas de alcanfor y humedad, los guantes comenzaban a quedárseme algo pequeños y cómo me quedase el pelo tras quitarme el gorro con orejeras de todos los inviernos, me preocupaba por primera vez.

 Siempre me había gustado el frío: Cuando llegaba a casa después de clase, un delicioso olor proveniente de la cocina llenaba la casa y en la chimenea ardía un perfecto fuego que chisporroteaba dándome la bienvenida. De vez en cuando Liosha y su padre venían a almorzar y a hacernos compañía. El ambiente siempre era cálido y risueño, y algo flotaba en el aire que Lio y yo no llegábamos a comprender pero que no nos hacía siquiera falta, pues nos envolvía con una sensación familiar y acogedora. A veces, incluso, Vladimir, el padre de Lio, ponía el tocadiscos y sacaba a bailar a mamá mientras nosotros dos les mirábamos con el corazón henchido de felicidad.

 Pero ese invierno no. Yo había elegido a Dimitri sin tener en cuenta cómo cambiarían las cosas y el daño que eso iba a hacerle a Lio. No es que no fuese a elegirle sólo para que todo siguiese igual, como un cuadro en la pared que nunca cambia; le habría elegido igualmente, es sólo que no hice las cosas bien y causé más dolor del que debería. Destrocé mi rutina, y lo que es peor, los pequeños momentos felices de mi madre. Ese invierno lo pasé sentada en la acera, debatiéndome si entrar en casa o quedarme fuera y, cuando me decidía a entrar y abría la puerta, ningún olor delicioso provenía de ninguna parte; ningún fuego encendido me recibía al llegar.

 Nada. Sólo frío, escarcha en las ventanas y una nota en la cocina. ''Tienes la comida en la nevera. Caliéntala al microondas y listo''.

 Intenté arreglar la situación, juro que lo intenté, pero Lio no cogía mis llamadas; las cosas entre nosotros habían acabado muy mal. Rompí promesas y corazones y me llevé por delante mis maravillosos inviernos, que se tornaron lúgubres y eternos.

 Y me encontré sola. Por primera vez, sola, y sentí, por primera vez, verdaderamente frío.

jueves, 29 de septiembre de 2011

Cansarse de soñar.

Abandonarse al aquí y ahora...


Y comenzar a vivir de verdad.


Dejar de ser esclavo de uno mismo...


Y de la soledad.


Y mirar al futuro...


Sin olvidar el pasado, 
claro está;


Pero sin dejarse atar por el miedo
y los sentimientos hacia los demás.

martes, 30 de agosto de 2011

Adios, adios, compacta.

 ¡Saludos, después de una eternidad sin actualizar esto! 

 Bueno, estaba esperando a tener a Casimira (mi Nikon D3100 que llegará en un par de días) para volver a actualizar esto, pero como tengo algunas fotos hechas con la compacta que no he subido aquí, he decidido hacerle un ''homenaje'' ya que a partir de ahora la utilizaré lo que viene siendo poco. 






 En fin. Compacta, I will always love you. <3

domingo, 5 de junio de 2011

Concentración, inspiración y algo más.

Bueno, hoy os traigo una sesión que me ha costado sudor y casi lágrimas. 
Quería hacerla más adelante, pero puesto que la paciencia no es lo mío y lo tenía todo a mano, aquí la traigo. 
Rose toca la flauta travesera y está estudiando fotografía, de ahí ambas cosas.
(Para más información, consulte al farmacéutico... es decir, a mí xD)

Sin más dilación.



                                                 




Éstos pies son de Alexander, que aún está sin cabeza. xD


Espero que os haya gustado y, como siempre, gracias por ver.

martes, 31 de mayo de 2011

Rose.

Rose aprendió que todo se pierde.
Que has de aprovechar cada segundo porque no sabes qué puede pasar al siguiente.
A Rose no le gusta el frío invierno ni el caluroso y pegajoso verano.
Detesta la impredecible primavera y las despedidas a las que obliga el otoño.

A Rose le gusta estar acompañada, y, en caso de estar sola, hacer algo que la mantenga ocupada.
Le gusta captar las sonrisas a boca llena y las lágrimas que apenas nadie muestra.
Le gusta escuchar las historias que su hermano le cuenta mientras piensa que ojalá sea así toda la vida.

Rose no pierde el tiempo intentando alcanzar la luna, 
vive cada momento.
Le gusta acabar lo un día empezado, y, si en algo ha fallado, rectificarlo.
No le gusta llevar el pelo recogido, pero llevarlo suelto tampoco la agrada.
Finge ser feliz en todo momento, finge estar siempre ilusionada.
No ha habido de ella sonrisa ni lamento que haya sido para nada.


El paso del tiempo.

¡Al habla Verónica!
Bueno, os explico. Resulta que anoche me puse nostálgica viendo unas fotos de mi preciosa infancia y, al ver una foto de hace diez años en la escalera de mi casa , lo único que pensé fue ''Dios mío, llevo catorce años subiendo y bajando los mismos escalones, cambiando sin ser consciente de ello''. Y hoy os traigo ésta sesión, que expresa más o menos eso; el paso del tiempo, que nos cambia a nosotros pero deja intacto nuestro mundo, físicamente hablando.

Que la disfrutéis.





¿Qué forma de saludar es esa?

 Estaba parada en el semáforo de camino a clase. Llevaba esa bufanda que me regaló Rudolf la navidad pasada, la pesada mochila a la espalda y mi ejemplar de Romeo y Julieta bajo el brazo. Me froté las manos con intención de calentármelas un poco. Solté un poco de aire y me ajusté la bufanda. Miré al chico de la derecha de reojo. Era el chico que siempre pasaba a la misma hora por el mismo semáforo todas las santas mañanas. Yo no podía quitarle ojo de encima.

 Llevaba unos vaqueros ajustados y una gruesa sudadera negra. Sólo llevaba un estuche y una carpeta A3. Llevaba el cuello descubierto salvo por los mechones de pelo rubio que le caían de la nuca.

Giró un poco la cara, sólo un poco, pero lo suficiente como para darse cuenta de que estaba haciéndole un repaso. Sus ojos se clavaron en mí, un segundo, sólo un segundo que a mí me pareció una eternidad. Aparté mis ojos de los suyos y escondí la cara en la bufanda, claramente ruborizada. Ahora era él que estaba mirándome de arriba abajo. Notaba sus ojos clavados en mí. Volví a mirarle de reojo. Tenía la mirada clavada en el ejemplar de Romeo y Julieta. ¡Genial! ¡Tenía que tener en ese momento precisamente el estúpido ejemplar de una obra tan sumamente empalagosa y dramática como Romeo y Julieta, y justamente en el lado en el que él estaba! Seguro que pensaría que era la típica adolescente romanticona que soñaba con príncipes azules y acaba con un chaval estúpido y desconsiderado como desesperado intento por encontrar el ansiado amor.

 Por fin el semáforo se puso en verde después de unos minutos y comenzamos a cruzar. Íbamos a la par, su pie derecho y mi pie derecho, su pie izquierdo y mi pie izquierdo… El pulso se me aceleró. El corazón me latía tan fuerte que podía sentirlo en mis orejas. Hundí aún más la cara en la bufanda.

 Él se dio cuenta y se rió. Suspiré. Giré la cara y ví que también él me miraba. Con una media sonrisa pintada en la cara, cerró los ojos y volvió su vista al frente.

 Habíamos terminado de cruzar la calle. Ahora tomaríamos caminos distintos y no volvería a verle hasta la salida de clase camino a casa. Se paró en seco.

 -¡Oye! ¿Llevas pasta encima?- Me miraba fijamente mientras metía su mano izquierda en el bolsillo.

 -Se… ¿se puede saber qué forma es esa de saludar?- Me dí la vuelta y me encaré con él toda sonrojada y con el ceño fruncido.

 -Je…- Entornó los ojos y bajó la cabeza. –Sólo te preguntaba por si te apetecía ir a comer conmigo. Ya sabes, todos los días seguimos siempre por caminos distintos. Podíamos ir hoy por el mismo, para variar.- 
Alzó la cabeza y volvió a mirarme. Apareció esa sonrisa torcida en su cara.

 -Co… como quieras… ¡Pero ni siquiera me has dicho tu nombre!-

 Más que nerviosa, estaba sorprendida. Tenía los ojos abiertos como platos y me había quedado totalmente en blanco. Oí caer el libro de Romeo y Julieta al suelo. Lo miré, pero no me moví aún. Él se rió, dio un par de pasos hacia mí, se agachó a recoger el libro, me lo tendió y tras cogerlo no muy segura de lo que estaba haciendo, me susurró al oído…

 -Alexander, pero puedes llamarme Alex.- Su boca estaba tan cerca de mi oído que su aliento me calentó la oreja. Me puse colorada.

 -Ro… Rose.- Cerró los ojos, sonrió y se dio la vuelta para seguir su camino.

 -¡Hasta luego, Rose!- Me saludó con la mano mientras se iba dando grandes zancadas.

 Yo no me moví, no hasta después de unos minutos. No sabía si ese chico era un poco extraño o me estaba tomando el pelo. Iba a comer con él, si realmente lo decía en serio, pero yo no llevaba un céntimo y él se había ido sin yo haber contestado su pregunta. 

 Después de unos minutos me dí cuenta de que se me hacía tarde y de lo estúpida que me sentía, así que eché a correr.

 Y obviamente, llegué tarde a clase.

No te creas que no me he dado cuenta.

 Digamos que yo siempre he tenido los pies bien puestos sobre la tierra y, aunque me deje llevar bastante por la imaginación y me fascinen los seres fantásticos de libros, mitos y leyendas, jamás en la vida pensé en que realmente pudiesen existir. Pero ahí estaba él. No tenía la más remota idea de qué se suponía que era, ¿un mutante, una persona, un pobre superviviente a los experimentos de Mijail Kolvenik, o algún tipo de muestra del daño que provocan todas esas mierdas nucleares?

 No se me ocurría nada que explicase qué tenía exactamente delante, y, tenía la ‘’ligera sensación’’ de que no iba a aclarármelo aunque yo le preguntase, aunque estaba bastante segura de que tenía la capacidad de hablar, de entender y poder comunicarse. Así que todo lo que hice fue extender la mano. En principio fue un acto involuntario en señal de que no era peligrosa y, un poco, intentando expresarle que deseaba que nuestro encuentro se desarrollase de forma pacífica, pero al ver que su rostro se suavizaba –pude incluso vislumbrar un atisbo de pena en sus ojos, tristeza y ganas de ser comprendido, como pidiéndome que no huyese de él- con suavidad acerqué la mano y le acaricié la mejilla.
 Cerró los ojos ante el contacto y sonreí al ver que, realmente, no quería hacerme daño.
 De repente, escuchamos un ruido que provenía del fondo el pasillo, a su espalda. Ambos dimos un respingo. Él endureció el rostro de nuevo, me dedicó una última mirada que me pareció una disculpa y desapareció en la oscuridad que había a mi espalda.
 Al principio pensé en seguirle, pero no podía ver nada más allá de mis manos, así que decidí volver por donde había venido, aunque, después de haber oído aquel ruido, proveniente de esa dirección, me asusté.

 Comencé a andar a paso lento con todo el sigilo del que fui capaz, y, aún así, tropecé un par de veces con estrépito.
 Entonces me encontré ante el cruce que se dividía hacia los cuartos de baño y la lavandería y el pasillo que conducía a la cocina, el restaurante y el bar. Ipso facto, me vino a la mente.

 Alex.

 ¿Cómo había podido olvidarme de él y dónde se encontraba ahora? Estaba herido, muy malherido, y la última vez que le había visto había perdido bastante sangre.
 Comencé a gritar. Si había algo o alguien allí, no me importó. Tenía que encontrar a Alex. Tenía que ayudarle.

 -¡¡Alex!! ¡¡Alexander!! ¿Dónde estás?- Me eché las manos a la cabeza. ¿Hacia dónde debía dirigirme? 
¿Dónde estaba Alex?

 Por suerte, oí un grifo y, aunque en un principio me aterrorizó, opté por ir hacia los baños.
 Y allí estaba él, con la ropa empapada en sangre, apoyado en la pared con la mano sobre la llave de uno de los grifos.
  En cuanto me vio entrar, sonrió y se dejó caer al suelo.
  Encendí la luz y me apresuré a cerrar el grifo y, acto seguido, sentarme a su lado.

 -Te… oí gritar.- Seguía sonriendo.
  
-Lo sé, lo sé. Ahora cállate. Estás muy mal. Déjame ver esas heridas.-

  Con gran esfuerzo se levantó la camiseta y pude ver gran cantidad de cortes en todo su torso. Cerré los ojos con fuerza y aparté la cara. Volví a abrirlos segundos después y me sorprendí al mirar hacia su pierna. Me quedé sin aliento. Tenía la rodilla derecha doblada hacia dentro de una manera imposible. Me entraron náuseas y los ojos se me anegaron de lágrimas.
 Suspiré.

 -Ah… yo, yo…- No sabía qué era lo que podía decir. Sólo podía mirar furtivamente de su rodilla a sus ojos.

 -Tranquila.- Hablaba en apenas un susurro. Si no hubiese visto la mueca de dolor que había dibujada en su cara, habría jurado que estaba totalmente sereno. –La policía debe de estar al caer, y junto con ellos, alguna ambulancia.-

 -¿Aguantarás? Es decir…-

 -Claro que aguantaré. Tengo una promesa que cumplir.- Cerró los ojos y apoyó la cabeza en la pared.
  Yo me eché a llorar, hasta que, después de unos minutos me calmé y apoyé la cabeza sobre su hombro.

 -Te quiero.

 -Lo sé. No te creas que no me he dado cuenta.

No molestar.

No era aún medio día cuando dejé el lápiz sobre la mesa. No encontraba las palabras, no hallaba la forma de continuar escribiendo, así que después de estirarme y suspirar, me levanté y decidí salir a despejarme.
 En principio me rondó la idea de salir a la calle, pero, ni sabía adónde ir, ni iba vestida medianamente en condiciones y, la verdad, no tenía ningunas ganas de cambiarme, así que opté por ir rumbo a la azotea.

 Cuál sería mi sorpresa al abrir la puerta y encontrarme una maleta en el suelo acompañada por unos zapatos gastados y una cara gabardina negra empapada vistiendo a un chico moreno de dos metros diez que yo conocía muy bien.
 Dimitri.

 Las lágrimas no tardaron en brotar, tanto en sus ojos como en los míos. Unas lágrimas llenas de sentimientos que ambos habíamos guardado durante todo este tiempo que habíamos pasado lejos el uno del otro.
Nada más echarme las manos a la boca, recién abierta a causa del estupor, me abrazó. Me abrazó como nunca lo había hecho: Culpándome, riñéndome por haberme ido sin haberle dicho absolutamente nada.
 Lentamente, se apartó de mí, le miré a los ojos y, con suavidad, rocé con la palma de mi mano derecha su mejilla, enjugando una lágrima.
 Y le besé.

 Nos fundimos en un beso que expresaba todo lo que ambos llevábamos dentro: Dolor, tristeza, arrepentimiento, soledad, ternura, amor, pasión, ira, lujuria...

 Comenzó poniendo sus manos sobre mi cintura y, muy dulcemente fue envolviéndome con sus cálidos brazos, que fueron subiendo hasta enredar sus dedos con mi pelo. Con sus labios aún sobre los míos, me estampó contra la pared, utilizando ligeramente algo de presión con su cuerpo sobre el mío. Apoyó las manos en la pared y, con gran esfuerzo, separó sus boca de la mía para dejar su rostro a tan sólo unos pocos centímetros frente al mío, mirándome con una intensidad con la que sólo a mí me miraba. Esa mirada que, aunque suene horriblemente típico, hacía que el resto del mundo desapareciese...
 Bajó la vista y, con los dientes apretados, me susurró.

 -¿Por qué...?- Violvió a mirarme a los ojos, subiendo el tono de voz. -¿Por qué no me lo dijiste? ¿Entiendes como me sentí después de que te fueras sin decirme absolutamente nada? ¿Creíste que no lo entendería? ¿Que te habría obligado a quedarte?

 -No. Sabía perfectamente que lo entenderías y que me habrías acompañado sin necesidad de que yo te lo hubiese pedido.

 -¿Entonces...?- Gritó furioso, pero, instantáneamente, su tono pasó a ser apesadumbrado. -¿Por qué te fuiste? ¿Por qué te fuiste... sin mí?

 -Porque tenía miedo, miedo de enfrentarme a mi vida y sentía que esto era algo que debía hacer sola. Debía luchar contra ese temor y vencerlo yo sola.

 Me miró fijamente y me besó con ternura. Se hizo un momento de silencio y habló de nuevo.

 -¿Has vencido ya ese temor? ¿Puedo... volver a tu lado?

 Sonreí.

 -Eres más que bienvenido.

 Cogí su maleta y, entre besos y caricias, pude dejarla en el suelo del salón, apoyada en el sofá. Entretanto, el sentimiento de ausencia que habitaba en nuestros corazones quedó mitigado por la desatada pasión de nuestro encuentro y, camino de la habitación, fuimos deshaciéndonos de la ropa, que nos impedía unir nuestros cuerpos como uno solo.



 Desde luego, me hubiese gustado tener un cartel de esos de ''NO MOLESTAR'' para colgarlo en el pomo de la puerta, aunque nadie hubiese allí para leerlo.

La creación es el mayor poder.

                                                                               ¡Hola!
                           Al habla Vero, inaugurando este nuevo blog dedicado a mis personajes.
 Aquí iré publicando fotohistorias, relatos, dibujos y sesioncillas de fotos sobre ellos. Aparte de las demás redes sociales, foros y demás, quería tener un blog sólo para ellos, organizado y fácil de seguir, así que, si queréis saber de ellos, bienvenidos sois.


                                                                           ¡Un saludo!