martes, 31 de mayo de 2011

Rose.

Rose aprendió que todo se pierde.
Que has de aprovechar cada segundo porque no sabes qué puede pasar al siguiente.
A Rose no le gusta el frío invierno ni el caluroso y pegajoso verano.
Detesta la impredecible primavera y las despedidas a las que obliga el otoño.

A Rose le gusta estar acompañada, y, en caso de estar sola, hacer algo que la mantenga ocupada.
Le gusta captar las sonrisas a boca llena y las lágrimas que apenas nadie muestra.
Le gusta escuchar las historias que su hermano le cuenta mientras piensa que ojalá sea así toda la vida.

Rose no pierde el tiempo intentando alcanzar la luna, 
vive cada momento.
Le gusta acabar lo un día empezado, y, si en algo ha fallado, rectificarlo.
No le gusta llevar el pelo recogido, pero llevarlo suelto tampoco la agrada.
Finge ser feliz en todo momento, finge estar siempre ilusionada.
No ha habido de ella sonrisa ni lamento que haya sido para nada.


El paso del tiempo.

¡Al habla Verónica!
Bueno, os explico. Resulta que anoche me puse nostálgica viendo unas fotos de mi preciosa infancia y, al ver una foto de hace diez años en la escalera de mi casa , lo único que pensé fue ''Dios mío, llevo catorce años subiendo y bajando los mismos escalones, cambiando sin ser consciente de ello''. Y hoy os traigo ésta sesión, que expresa más o menos eso; el paso del tiempo, que nos cambia a nosotros pero deja intacto nuestro mundo, físicamente hablando.

Que la disfrutéis.





¿Qué forma de saludar es esa?

 Estaba parada en el semáforo de camino a clase. Llevaba esa bufanda que me regaló Rudolf la navidad pasada, la pesada mochila a la espalda y mi ejemplar de Romeo y Julieta bajo el brazo. Me froté las manos con intención de calentármelas un poco. Solté un poco de aire y me ajusté la bufanda. Miré al chico de la derecha de reojo. Era el chico que siempre pasaba a la misma hora por el mismo semáforo todas las santas mañanas. Yo no podía quitarle ojo de encima.

 Llevaba unos vaqueros ajustados y una gruesa sudadera negra. Sólo llevaba un estuche y una carpeta A3. Llevaba el cuello descubierto salvo por los mechones de pelo rubio que le caían de la nuca.

Giró un poco la cara, sólo un poco, pero lo suficiente como para darse cuenta de que estaba haciéndole un repaso. Sus ojos se clavaron en mí, un segundo, sólo un segundo que a mí me pareció una eternidad. Aparté mis ojos de los suyos y escondí la cara en la bufanda, claramente ruborizada. Ahora era él que estaba mirándome de arriba abajo. Notaba sus ojos clavados en mí. Volví a mirarle de reojo. Tenía la mirada clavada en el ejemplar de Romeo y Julieta. ¡Genial! ¡Tenía que tener en ese momento precisamente el estúpido ejemplar de una obra tan sumamente empalagosa y dramática como Romeo y Julieta, y justamente en el lado en el que él estaba! Seguro que pensaría que era la típica adolescente romanticona que soñaba con príncipes azules y acaba con un chaval estúpido y desconsiderado como desesperado intento por encontrar el ansiado amor.

 Por fin el semáforo se puso en verde después de unos minutos y comenzamos a cruzar. Íbamos a la par, su pie derecho y mi pie derecho, su pie izquierdo y mi pie izquierdo… El pulso se me aceleró. El corazón me latía tan fuerte que podía sentirlo en mis orejas. Hundí aún más la cara en la bufanda.

 Él se dio cuenta y se rió. Suspiré. Giré la cara y ví que también él me miraba. Con una media sonrisa pintada en la cara, cerró los ojos y volvió su vista al frente.

 Habíamos terminado de cruzar la calle. Ahora tomaríamos caminos distintos y no volvería a verle hasta la salida de clase camino a casa. Se paró en seco.

 -¡Oye! ¿Llevas pasta encima?- Me miraba fijamente mientras metía su mano izquierda en el bolsillo.

 -Se… ¿se puede saber qué forma es esa de saludar?- Me dí la vuelta y me encaré con él toda sonrojada y con el ceño fruncido.

 -Je…- Entornó los ojos y bajó la cabeza. –Sólo te preguntaba por si te apetecía ir a comer conmigo. Ya sabes, todos los días seguimos siempre por caminos distintos. Podíamos ir hoy por el mismo, para variar.- 
Alzó la cabeza y volvió a mirarme. Apareció esa sonrisa torcida en su cara.

 -Co… como quieras… ¡Pero ni siquiera me has dicho tu nombre!-

 Más que nerviosa, estaba sorprendida. Tenía los ojos abiertos como platos y me había quedado totalmente en blanco. Oí caer el libro de Romeo y Julieta al suelo. Lo miré, pero no me moví aún. Él se rió, dio un par de pasos hacia mí, se agachó a recoger el libro, me lo tendió y tras cogerlo no muy segura de lo que estaba haciendo, me susurró al oído…

 -Alexander, pero puedes llamarme Alex.- Su boca estaba tan cerca de mi oído que su aliento me calentó la oreja. Me puse colorada.

 -Ro… Rose.- Cerró los ojos, sonrió y se dio la vuelta para seguir su camino.

 -¡Hasta luego, Rose!- Me saludó con la mano mientras se iba dando grandes zancadas.

 Yo no me moví, no hasta después de unos minutos. No sabía si ese chico era un poco extraño o me estaba tomando el pelo. Iba a comer con él, si realmente lo decía en serio, pero yo no llevaba un céntimo y él se había ido sin yo haber contestado su pregunta. 

 Después de unos minutos me dí cuenta de que se me hacía tarde y de lo estúpida que me sentía, así que eché a correr.

 Y obviamente, llegué tarde a clase.

No te creas que no me he dado cuenta.

 Digamos que yo siempre he tenido los pies bien puestos sobre la tierra y, aunque me deje llevar bastante por la imaginación y me fascinen los seres fantásticos de libros, mitos y leyendas, jamás en la vida pensé en que realmente pudiesen existir. Pero ahí estaba él. No tenía la más remota idea de qué se suponía que era, ¿un mutante, una persona, un pobre superviviente a los experimentos de Mijail Kolvenik, o algún tipo de muestra del daño que provocan todas esas mierdas nucleares?

 No se me ocurría nada que explicase qué tenía exactamente delante, y, tenía la ‘’ligera sensación’’ de que no iba a aclarármelo aunque yo le preguntase, aunque estaba bastante segura de que tenía la capacidad de hablar, de entender y poder comunicarse. Así que todo lo que hice fue extender la mano. En principio fue un acto involuntario en señal de que no era peligrosa y, un poco, intentando expresarle que deseaba que nuestro encuentro se desarrollase de forma pacífica, pero al ver que su rostro se suavizaba –pude incluso vislumbrar un atisbo de pena en sus ojos, tristeza y ganas de ser comprendido, como pidiéndome que no huyese de él- con suavidad acerqué la mano y le acaricié la mejilla.
 Cerró los ojos ante el contacto y sonreí al ver que, realmente, no quería hacerme daño.
 De repente, escuchamos un ruido que provenía del fondo el pasillo, a su espalda. Ambos dimos un respingo. Él endureció el rostro de nuevo, me dedicó una última mirada que me pareció una disculpa y desapareció en la oscuridad que había a mi espalda.
 Al principio pensé en seguirle, pero no podía ver nada más allá de mis manos, así que decidí volver por donde había venido, aunque, después de haber oído aquel ruido, proveniente de esa dirección, me asusté.

 Comencé a andar a paso lento con todo el sigilo del que fui capaz, y, aún así, tropecé un par de veces con estrépito.
 Entonces me encontré ante el cruce que se dividía hacia los cuartos de baño y la lavandería y el pasillo que conducía a la cocina, el restaurante y el bar. Ipso facto, me vino a la mente.

 Alex.

 ¿Cómo había podido olvidarme de él y dónde se encontraba ahora? Estaba herido, muy malherido, y la última vez que le había visto había perdido bastante sangre.
 Comencé a gritar. Si había algo o alguien allí, no me importó. Tenía que encontrar a Alex. Tenía que ayudarle.

 -¡¡Alex!! ¡¡Alexander!! ¿Dónde estás?- Me eché las manos a la cabeza. ¿Hacia dónde debía dirigirme? 
¿Dónde estaba Alex?

 Por suerte, oí un grifo y, aunque en un principio me aterrorizó, opté por ir hacia los baños.
 Y allí estaba él, con la ropa empapada en sangre, apoyado en la pared con la mano sobre la llave de uno de los grifos.
  En cuanto me vio entrar, sonrió y se dejó caer al suelo.
  Encendí la luz y me apresuré a cerrar el grifo y, acto seguido, sentarme a su lado.

 -Te… oí gritar.- Seguía sonriendo.
  
-Lo sé, lo sé. Ahora cállate. Estás muy mal. Déjame ver esas heridas.-

  Con gran esfuerzo se levantó la camiseta y pude ver gran cantidad de cortes en todo su torso. Cerré los ojos con fuerza y aparté la cara. Volví a abrirlos segundos después y me sorprendí al mirar hacia su pierna. Me quedé sin aliento. Tenía la rodilla derecha doblada hacia dentro de una manera imposible. Me entraron náuseas y los ojos se me anegaron de lágrimas.
 Suspiré.

 -Ah… yo, yo…- No sabía qué era lo que podía decir. Sólo podía mirar furtivamente de su rodilla a sus ojos.

 -Tranquila.- Hablaba en apenas un susurro. Si no hubiese visto la mueca de dolor que había dibujada en su cara, habría jurado que estaba totalmente sereno. –La policía debe de estar al caer, y junto con ellos, alguna ambulancia.-

 -¿Aguantarás? Es decir…-

 -Claro que aguantaré. Tengo una promesa que cumplir.- Cerró los ojos y apoyó la cabeza en la pared.
  Yo me eché a llorar, hasta que, después de unos minutos me calmé y apoyé la cabeza sobre su hombro.

 -Te quiero.

 -Lo sé. No te creas que no me he dado cuenta.

No molestar.

No era aún medio día cuando dejé el lápiz sobre la mesa. No encontraba las palabras, no hallaba la forma de continuar escribiendo, así que después de estirarme y suspirar, me levanté y decidí salir a despejarme.
 En principio me rondó la idea de salir a la calle, pero, ni sabía adónde ir, ni iba vestida medianamente en condiciones y, la verdad, no tenía ningunas ganas de cambiarme, así que opté por ir rumbo a la azotea.

 Cuál sería mi sorpresa al abrir la puerta y encontrarme una maleta en el suelo acompañada por unos zapatos gastados y una cara gabardina negra empapada vistiendo a un chico moreno de dos metros diez que yo conocía muy bien.
 Dimitri.

 Las lágrimas no tardaron en brotar, tanto en sus ojos como en los míos. Unas lágrimas llenas de sentimientos que ambos habíamos guardado durante todo este tiempo que habíamos pasado lejos el uno del otro.
Nada más echarme las manos a la boca, recién abierta a causa del estupor, me abrazó. Me abrazó como nunca lo había hecho: Culpándome, riñéndome por haberme ido sin haberle dicho absolutamente nada.
 Lentamente, se apartó de mí, le miré a los ojos y, con suavidad, rocé con la palma de mi mano derecha su mejilla, enjugando una lágrima.
 Y le besé.

 Nos fundimos en un beso que expresaba todo lo que ambos llevábamos dentro: Dolor, tristeza, arrepentimiento, soledad, ternura, amor, pasión, ira, lujuria...

 Comenzó poniendo sus manos sobre mi cintura y, muy dulcemente fue envolviéndome con sus cálidos brazos, que fueron subiendo hasta enredar sus dedos con mi pelo. Con sus labios aún sobre los míos, me estampó contra la pared, utilizando ligeramente algo de presión con su cuerpo sobre el mío. Apoyó las manos en la pared y, con gran esfuerzo, separó sus boca de la mía para dejar su rostro a tan sólo unos pocos centímetros frente al mío, mirándome con una intensidad con la que sólo a mí me miraba. Esa mirada que, aunque suene horriblemente típico, hacía que el resto del mundo desapareciese...
 Bajó la vista y, con los dientes apretados, me susurró.

 -¿Por qué...?- Violvió a mirarme a los ojos, subiendo el tono de voz. -¿Por qué no me lo dijiste? ¿Entiendes como me sentí después de que te fueras sin decirme absolutamente nada? ¿Creíste que no lo entendería? ¿Que te habría obligado a quedarte?

 -No. Sabía perfectamente que lo entenderías y que me habrías acompañado sin necesidad de que yo te lo hubiese pedido.

 -¿Entonces...?- Gritó furioso, pero, instantáneamente, su tono pasó a ser apesadumbrado. -¿Por qué te fuiste? ¿Por qué te fuiste... sin mí?

 -Porque tenía miedo, miedo de enfrentarme a mi vida y sentía que esto era algo que debía hacer sola. Debía luchar contra ese temor y vencerlo yo sola.

 Me miró fijamente y me besó con ternura. Se hizo un momento de silencio y habló de nuevo.

 -¿Has vencido ya ese temor? ¿Puedo... volver a tu lado?

 Sonreí.

 -Eres más que bienvenido.

 Cogí su maleta y, entre besos y caricias, pude dejarla en el suelo del salón, apoyada en el sofá. Entretanto, el sentimiento de ausencia que habitaba en nuestros corazones quedó mitigado por la desatada pasión de nuestro encuentro y, camino de la habitación, fuimos deshaciéndonos de la ropa, que nos impedía unir nuestros cuerpos como uno solo.



 Desde luego, me hubiese gustado tener un cartel de esos de ''NO MOLESTAR'' para colgarlo en el pomo de la puerta, aunque nadie hubiese allí para leerlo.

La creación es el mayor poder.

                                                                               ¡Hola!
                           Al habla Vero, inaugurando este nuevo blog dedicado a mis personajes.
 Aquí iré publicando fotohistorias, relatos, dibujos y sesioncillas de fotos sobre ellos. Aparte de las demás redes sociales, foros y demás, quería tener un blog sólo para ellos, organizado y fácil de seguir, así que, si queréis saber de ellos, bienvenidos sois.


                                                                           ¡Un saludo!