martes, 8 de noviembre de 2011

Por favor, no te vayas.

 Crucé corriendo el pasillo hasta llegar a la habitación. Abrí la puerta con toda la fuerza que pude, pero ésta se me aflojó cuando ví lo que tenía delante. La luz de la luna llena entraba por la ventana, iluminando el horror de la escena. Aquel mutante o ''yoquesequé'' le había atravesado el pecho con sus afiladas garras. Sobresaltado, me miró, lo lanzó contra la pared y se fue haciendo un agujero en el tabique que daba al otro pasillo.
 Corrí hacia Alfred, sentado en el suelo, apoyado contra la pared e inclinado hacia delante. Había sangre por todas partes. Él no dejaba de toser. Más sangre.
 Lo recosté sobre mis rodillas, sosteniéndole la cabeza con el brazo derecho; el izquierdo sobre la herida del pecho. 

 - Lo siento. -Tosió.-  No he sido un buen hermano desde que papá y mamá sufrieron el accidente. -

 - Shhhh... Calla. -Los ojos se me empezaron a llenar de lágrimas.- Has sido el mejor hermano que has sabido ser.-

 - No... -Empezaba a respirar con dificultad y pesadez.- Casi olvidé que tenía personas que me apreciaban... Tan obsesionado como estaba con mis... -Tosió violentamente. Sangre.- Bueno, ya has visto en qué estaba metido...-

 - Eso ya no importa. -Se me quebró la voz.- Si terminaste haciendo todo esto fue por protegerme... -

 - Por miedo... -Me interrumpió.- Insensatez. Llámalo como quieras. -Tosía y tosía. Más sangre.- Como hermano mayor sentí que debía protegerte... Pero no me fijé en que era innecesario... En que alguien ya te protegía por mí...-

 - Por favor... Por favor... No te vayas... -No pude contenerme más y rompí a llorar; apoyé la mejilla en su frente y lo mecí lentamente. Muy lentamente.- Se acerca tu cumpleaños; Erico te ha preparado un regalo muy especial: Unos gemelos de plata de papá; el tío Elroy ha hecho un vídeo para que lo veamos juntos. Llevaba varios días recorriendo la casa buscando álbumes y dejándola patas arriba con fotos por medio. -Tosió y luego suspiró. Suspiré.- Encontré una de cuando fuimos al Zoo con papá y mamá. Recuerdo que, cuando ví a los monos, no podía parar de llorar porque no les daban chocolatinas para comer... Y para consolarme, tú les diste una y se pusieron como locos. Recuerdo la bronca que te echaron, tanto los guardias del Zoo como papá y mamá. Pero, mientras te regañaban, me miraste, me sonreíste... Y dejé de llorar. -

 Sonreí. 

 - Eras una niña muy rara... -Se rió, pero acabó tosiendo.- ¿Te acuerdas cuando... te pusiste a berrear como una loca cuando escuchaste por primera vez el final... de Caperucita Roja? Te dio tanta pena el lobo que mamá tuvo que cambiar el final del cuento, y todas las noches nos contaba como el lobo acababa de chacha de la abuelita, que ya estaba muy mayor... Y tenía demasiada reuma como para seguir con las tareas de la casa...-

 - Fueron buenos tiempos...- 

 - La mejor época de mi vida.-

 - Te vas a poner bien. -Rompí a llorar. No sabíamos si era una despedida, y si sería para siempre.-  No dejes de visitarnos, ¿eh?.-

 Lloré. Con sus últimas fuerzas puso su mano sobre la mía. 

 - No me imagino la vida sin tí...

 - Pues vas a tener que hacerlo. -Cerró su mano sobre la mía.- Rose... Escúchame, Rose... -Levanté la cabeza, poniendo mi rostro frente al suyo.- Tienes que destruir todo lo que yo he creado. Hazlo... Por mí... Y por ellos... -Asentí seguidamente con la cabeza.- No cuentes nada de esto a Erico ni al tío... -Negué con la cabeza.- Confío en ti. -Abrió los ojos todo lo que sus párpados le permitían y me miró muy fijamente mientras una lágrima descendía por su mejilla.- No lo olvides.

 Y no dijo más. 

 Lloré. Lloré como nunca había llorado, ni siquiera en la muerte de padre y madre. Lloré y lloré durante un tiempo que me pareció una eternidad. Y al fin, cuando, en teoría, me calmé, lo tumbé en el suelo.
 Le dí un largo beso en la mejilla y me puse en pie. Tenía algo que hacer. Más decidida que nunca, fui en busca de Alex. 
 Salí por el agujero que había dejado en la pared aquella cosa, y fui en su busca. 

 Corrí. Corrí, corrí y corrí. No había luz en todo el hotel, así que estaba casi totalmente oscuro. Tropecé como unas doce veces, y cuando finalmente me caí, cuál sería mi sorpresa al levantar la cabeza y encontrarme con ''eso'' que había matado a mi hermano. 

 ''Eso'' que ahora me miraba con un resplandor extraño en la mirada. Cerré los ojos con fuerza y me cubrí la cara con las manos, pero no sucedió nada. No se movió un milímetro. 
 Le miré con miedo, pero a la vez con curiosidad. Él se limitó a seguir mirándome, inmóvil. 

 Para mí, lo mismo podían aparecer por allí un Orco de Mordor o un elefante rosa, que yo ya no me sorprendería. A mi parecer, había perdido totalmente la cabeza.



 Continúa en No te creas que no me he dado cuenta.

jueves, 3 de noviembre de 2011

Lejos.

 Detesto el silencio, ese que hace que te piten los oídos y oigas cosas que no están ahí; donde los crujidos de los muebles parecen decir cosas que quizá es preferible no escuchar.

 Aquella mañana, casi totalmente blanca, no pensaba lo mismo; blanca, por las paredes y las sábanas blancas, blanca por las blancas cortinas y el blanco de su piel desnuda y sin mácula. Tan sólo el azul intenso de su pelo y el olor a sexo flotando en el ambiente rompían ese aura de pureza.
 Se empezaban a oír los primeros coches ir de aquí para allá a toda prisa; los primeros pajarillos le cantaban al sol y las risas de los críos que iban a la escuela alegraban la calle, después de una noche de tormenta. 

 Cerré los ojos al fin, y extendí mi mano hasta agarrar un suave mechón de su larga melena. Y deseé el silencio.  Deseé con todas mis fuerzas, por muy maravillosa que pintase la mañana en ese momento, que en el mundo sólo existiésemos ella y yo. El lento sube y baja de su pecho coordinado con el sonido de su respiración; su cuello marcado por mis labios, símbolo de la pasión desatada tras nuestro reencuentro. 

 Suspiré, tanto de satisfacción por hallarme a su lado como de frustración por pensar en todo el tiempo que habíamos perdido.

 De pronto y sin esperarlo, sentí un dedo frío subir lentamente desde mi hombro hasta el mentón. Allí se detuvo y abrí los ojos.

 - ¿En qué piensas? - Allí estaba ella, observándome con curiosidad, apoyada en los codos y recorriendo mi cara con sus ojos grises. - ¿eh? -.

 Me lancé sobre ella, colocándome encima y mirándola fijamente a los ojos. 

 - En lo maravillosamente bien que me he despertado, ¿no te has fijado en lo rematadamente guapo que soy y en la mujer tan bonita que yace junto a mí? -. Le solté, dibujando una sonrisa torcida en mis labios que yo sabía que ella adoraba. 

 Puso los ojos en blanco, pero finalmente rió, sonrosándose muy ligeramente. La besé en la punta de la nariz y me senté en la cama, recordando una de las muchas cosas que tenía que decirle. La más grave de todas.

 - Calla... - Suspiré. No existían palabras para dar una noticia así sin causar dolor, así que fui directamente al grano. - Vladimir ha muerto. 

 Se sentó en la cama mirándome fijamente, esperando que le dijese que era una broma. Pasados unos segundos reaccionó, asimilando lo que acababa de decirle.
 Dio un salto y, revolviendo las sábanas, se levantó de la cama y se puso en pie. En un principio fue en busca del teléfono, pero inmediatamente después de descolgarlo, lo colgó de nuevo y fue en dirección al armario. Abrió la puerta de un fuerte tirón y empezó a rebuscar frenéticamente dentro de él. Finalmente, sacó una maleta.
 - ¿Cómo te has enterado? - Me preguntó mientras buscaba nerviosa los cajones del armario.

 -Me... Me llamó tu madre. Le conté que iba a venir a verte. Me pidió que no te dijera nada. - Comenzaron a sudarme las manos. Es posible que debiera haberme callado. - ¿Qué estás haciendo? - Empezó a meter ropa al azar en la mochila. 

 - La maleta. Nos vamos a casa. Tengo muchas cosas que arreglar. -

 Dio media vuelta sobre sí misma, me miró conteniendo las lágrimas en los ojos, y finalmente se desplomó y cayó de rodillas, sollozando. Me levanté de un salto y fui corriendo a consolarla.

 Acabamos hechos un ovillo, el uno en brazos del otro. Desnudos sobre el frío suelo.

 Y volvió el silencio. Un silencio que hacía que me pitasen los oídos y me exasperaba. Un silencio que significaba el fin del comienzo de la maravillosa vida que podíamos haber tenido. Juntos. Lejos de todo; de los recuerdos y del dolor.