jueves, 19 de abril de 2012

Scene 20: Cenicero

  Siempre me gustó caminar deprisa, sin tiempo para pararme a mirar a mi alrededor, a observar cualquier cosa ajena a mí, a mi dolor.

 Iba prácticamente corriendo por la acera mojada. Estaba empezando a llover y no tenía forma de llegar al hotel sin empaparme, así que opté por entrar en un bar cuyo cartel me había llamado la atención. Unas grandes letras verdes sobre un fondo de gruesos tablones de madera anunciaban 'Herringbone' como nombre de aquel lugar. Me debatí en la puerta unos segundos, pero finalmente me decidí y la abrí de un tirón. 
 El garito no estaba nada mal. Tanto las paredes, el suelo, como el mobiliario, eran de madera pulida y aquí y allá había fotos, discos, y firmas de músicos y grupos de los que no había oído hablar; en la esquina del final a la izquierda había un pequeño escenario sobre el que un pianista y un violinista tocaban tan sincronizadamente que parecían uno sólo; y al final a la derecha quedaba la barra. Inmediatamente me acerqué hasta ella. 
 Había un chico allí sentado, hablando con el camarero. En un principio, no llamó especialmente mi atención, ni siquiera me miró al sentarme en el taburete de al lado ni cuando el camarero se acercó a mí: 

 - Hola, preciosidad, ¿qué te pongo? -

 - Un bourbon con hielo, por favor. - 

 En ese instante me miró por primera vez. Sin demasiado interés, simplemente algo de curiosidad. Me fijé en que él bebía lo mismo. Probablemente, eso fue todo lo que le llamó la atención. Pero en ese momento, yo empecé a examinarlo un poco más atentamente: tenía una melena castaña bastante bonita, aunque algo alborotada, y el color de su piel era de un blanco casi enfermizo. En el antebrazo izquierdo llevaba tatuada una raspa de pescado. Parecía alto y esbelto, y se le veía bastante delgado. 
 Estaban teniendo una conversación que parecía desagradarle y no pude evitar poner un poco la oreja:

 - Tío, deberías ir a ver a tu viejo. No hace otra cosa que preguntar por ti. - 

 - No quiero ir sólo para aliviar mi mala conciencia. Si voy a verle, quiero que sea porque deseo verle. - Su voz sonaba apagada, desgastada, como el motor de un coche antiguo. - Por muy poco que le quede. -

 - ¡Oh, vamos, tú mismo te lo dices todo! Según tú, le queda poco, ¿y aún así no tienes ganas de verlo, después de tantos años? ¡No hay quién te entienda, tío! -

 - Eso nunca ha sido un problema. - Suspiró, echando la cabeza hacia atrás. Se metió un palillo de dientes en la boca, lo partió y lo dejó en el cenicero, apretándolo contra el cristal como quien apaga una colilla. No me había fijado antes, pero el cenicero estaba lleno de ellos. - No hay quien me entienda porque no quiero que nadie lo haga. Por mucho que seas mi primo y lleves años intentándolo, no lo vas a conseguir. No me entiendo ni yo. -

 - Y no me extraña. Viniendo cada noche aquí, lo único que pienso es que lo que haces es buscarte a ti mismo, aunque se te acabe yendo de las manos y termines acostándote con chicas de las que no vuelves a saber nada. Sigo sin entender como puedes... No sé, vivir así. -

 - Lo que pasa es que tú eres un sentimental. - 

 - Te recuerdo que tú también lo eras. - 

 - ... - Dio un trago de su vaso y se sacudió el pelo. - Y mira dónde estoy. -

 Empezaba a irritarme. Me pareció el típico ''tío duro'' que cree que ignorándolo todo estará mejor. No pude callarme. Me irritaba de verdad.

 - Que algo no funcione una vez no significa que no vaya a funcionar una quinta. - 

 Se giró, sorprendido, observándome con curiosidad. Tenía los ojos claros, realmente bonitos, aunque sin vida, y unas ojeras considerables bajo ellos. Dio otro trago a su bourbon. 

 - Dime, ¿a ti te funciona eso de ''sentir''? - Me miró algo escéptico, intentando anticiparse a mi respuesta.

 - Eso que acabas de decir es una estupidez. - 

 Las caras de ambos reflejaban sorpresa, pero la del camarero se tornó divertida. La expresión del chaval, en cambio, pasó a ser molesta, incluso desafiante. 

 - ¿Y bien? - Me miraba fijamente. Ahora sí que había captado su atención por completo.

 - Si sigues reprimiendo lo que quiera que sea lo que sientas, acabarás explotando. Y eso nunca es divertido. - Bebí de un trago lo que quedaba en el vaso. Me sentí algo mareada, pero no tardó en pasarse.
 Se levantó de un salto y se acercó a mí, hablándome entre dientes. Parecía algo enfadado. 

 - ¿Qué sabrás tú lo que yo siento o dejo de sentir? - Me dijo entre susurros. - La gente que cree saberlo todo, como tú, me revienta. -

 - No creo saberlo todo. Lo que está a la vista no necesita lentes. Eres el típico al que le rompieron el corazón una vez e intenta ahogarlo cada noche en unas cuantas copas y un polvo de consolación. ¿Piensas seguir así toda tu vida? Yo creo que tu primo tiene razón y que deberías cambiar. A la de ya. - No bajé mi tono de voz ni un segundo. Quería dejarle las cosas claras y las cosas no se dejan claras en susurros. 

 Para mi sorpresa, no contestó. Miró hacia el suelo, negó con la cabeza y luego la echó hacia atrás. Cerró los ojos y suspiró, y en menos de un segundo, puso su mano en mi nuca, tirando de mi cara hacia la suya y me besó. Me besó con una intensidad y una furia que no había experimentado antes. ¡Caray! ¡Qué chaval tan estúpido!

 - Tú te vienes conmigo. - Me cogió en brazos y me sacó de allí. - ¡Toni, apúntamela! -

 Y nos empapamos de camino a su piso, aunque nos secamos deprisa, porque la ropa poco nos duró puesta.

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